La hipótesis de partida es considerar a las pandemias como acontecimientos en esencia biológicos, provocados por el desborde de patógenos de sus reservorios naturales. Erupciones volcánicas, cambio en las temperaturas de la tierra o en la salinidad del mar, entre otros, impulsan el salto del patógeno a determinados animales (murciélagos, marmotas, ratas y demás) y de allí a los humanos. La pandemia estalla cuando el contagio es de persona a persona.
Lo interesante es que frente a esas pandemias, las sociedades han tenido respuestas similares a lo largo de la historia. Frente a la imposibilidad de encontrar una respuesta racional, la pandemia se convierte en peste, que es un hecho social. No caben otras explicaciones que el castigo divino por los pecados de la humanidad, y entonces son exterminados quienes supuestamente ofenden a Dios: judíos, gitanos, inmigrantes. Siempre los pobres. La peste es el otro.
Es el modo que tienen los sectores dominantes por demostrar que pueden manejar situaciones que no comprenden. Es el vano intento de manejar del peor modo social un acontecimiento biológico, con un costo humano y una crueldad inimaginables.
Porque la peste devela, revela, acelera. El COVID devela entre otras cosas que a nivel mundial la salud está tarifada, es un negocio y no un derecho, ya que tendrán vacunas los que puedan pagarlas. Esta peste también revela la imposibilidad para el neoliberalismo de comprender lo que sucede. Como para el pensamiento dominante la sociedad no existe, sólo hay individuos, no puede haber problemas sociales. “Que se mueran los que se tienen que morir”, dijo alguno por allí. También acelera. Ya no son las catástrofes naturales las que desbordan los reservorios pandémicos, sino la deforestación y el abuso de agroquímicos, el calentamiento global provocado por las energías fósiles, la presencia humana en los bordes de las grandes selvas y bosques que quedan. Esta pandemia es la primera que tiene origen en un sistema económico. Vaya peste.
También asistimos a una degradación de lo político. Una cuestión de salud pública es tratada como si dependiese de una decisión individual. Una cuestión global es considerada como estética. Y surgen los negacionismos propios de la edad media y de las grandes corporaciones, que quizás sean lo mismo.
La Argentina ha manejado hasta ahora de modo bastante razonable la pandemia, con cerca de 20% de sobremuertes, lo que la ubica entre los mejores lugares. También hay que manejar la peste. Los antivacunas, esos terraplanistas de la política, tienen más audiencia en los medios dominantes que en el pueblo.
Quien desee ahondar en estos temas podrá (re)leer el “Mensaje ambiental a los pueblos y gobiernos del mundo”, escrito en 1972 por un tal Perón. Mientras tanto, usemos el poder del Estado para convertir a nuestra sociedad civil, que tan bien ha reaccionado ante la pandemia, en una Comunidad Organizada, donde el efecto de la peste es mucho menor. •