El comportamiento recreativo de los adolescentes y jóvenes respecto al rebrote del coronavirus ha sido tomado por los medios de comunicación como causal del aumento de contagios, al igual que las manifestaciones y la concentración por la despedida póstuma a Diego Maradona.
Escuché pocos comentarios sobre las aglomeraciones para las compras navideñas en los centros comerciales, sin controles en la vía publica y claramente violando los tan mentados protocolos. Las personas mayores de 60 y con riesgo a su salud quizás fueron las que extremaron las prevenciones, los encuentros familiares que inicialmente se programaron reducidos se fueron ampliando con los días al amparo de los cupos y las salidas a boliches se normalizaron.
Sin embargo el estigma lo cargan los jóvenes. ¿Los jóvenes en yate, fiestas clandestinas y aglomerados en las playas representan a la totalidad de la población de esa edad en la Argentina? No, son una minoría. Ellos engrosan las estadísticas de la pobreza de manera dolorosa. Con muchas dificultades, ya sea por falta de equipamiento informatico adecuado y/o la situación económica de su familia, pudieron aprobar el año lectivo, o adeudan exámenes o abandonaron la escuela. Igual suerte corrieron alumnos de terciarios y universidades públicas.
El primer empleo es inaccesible, la mayoría ayuda en sus hogares, trabajan por magros ingresos y en empleos que atentan contra la dignidad de las personas, como Uber Eat, Rappi y Pídelo Ya. Es imprescindible mencionar a quienes han militado para sostener comedores y actividades sociales cubriendo a los mayores que no pudieron practicar la solidaridad en los barrios debido al riesgo por la exposición al contagio.
Una vez pasada la pavura que provocó el inicio de la pandemia, los representantes del capitalismo darwiniano que lideran la oposición neoliberal, en sus vertientes políticas, económicas y mediáticas, minaron con discursos y marchas anti cuarentena la cohesión social, a la voz de priorizar el funcionamiento del aparato económico en desmedro de la vida.
Quienes hoy condenan la diversión sin ilimitada, rompieron todos los límites desvalorizando al ser humano. Se sembraron tormentas y pretenden un verano turístico de aguas prístinas y calmas.
Nuestro país, aplastado por la expoliación macrista y azotado por la pandemia, decidió caminar en las inestables arenas de la apertura del movimiento económico, reflejado en las opciones esparcimiento estival, ofertas comerciales y actividad industrial, y el distanciamiento social preventivo y obligatorio, con el trasfondo del desarrollo de una batalla cultural que nos pone contra las cuerdas.
El mensaje que recibieron los jóvenes es que la vida no vale nada. ¿Y ahora queremos que la cuiden? ¿Qué preocupación tiene la sociedad por sus vidas? ¿Cómo se lo demuestra? ¿Cómo los acogemos? ¿Cómo enseñamos? ¿Cómo transmitimos? Pensemos cada uno de nosotros cuánto tiempo le hemos dedicado a conversar y a convencer.
Las causas de la segunda ola son varias, y es la búsqueda de señalar culpables que carguen con las irresponsabilidades del conjunto la que orienta a la opinión pública a ensañarse y cargar en los hombros de los jóvenes un desastre sanitario alentado desde la tribuna libertaria que alza sus voces contra las políticas sanitarias estatales.
Siempre estamos a tiempo de ser mejores, rescatemos la palabra, acerquemos la pregunta, escuchemos atentamente e invitemos a la reflexión, esa es nuestra siembra.