En la noche del 16 de noviembre de 1972, un grupo de oficiales y suboficiales de un batallón de infantería de marina de la Armada Argentina, se subleva y toma la Escuela de Mecánica de la Armada – la misma ESMA que años más tarde se haría tristemente célebre como centro de represión y muerte – en respaldo al general Juan Domingo Perón que estaba volviendo al país, tras casi 18 años de exilio. Al otro día, el 17 de noviembre, con el pueblo peronista movilizado, aterrizaba el avión que traía a Perón. Tal vez porque la atención del país estaba concentrada en el aeropuerto de Ezeiza, la sublevación militar quedó relegada en las crónicas de la época.
Esta sublevación la llevaron a cabo jóvenes militares que rondaban los 22 años de edad. Casi todos eran suboficiales infantes de marina, algunos conscriptos. Su comandante, jefe de la rebelión, fue el guardiamarina Julio César Urien. Fue una noche lluviosa de acción y muerte, una historia de pasión y lucha, que marcó para siempre a sus protagonistas, la historia del Peronismo y de la Patria. Tomaron la ESMA, el mismo lugar conocido internacionalmente como centro del terror, donde después algunos estuvieron presos en el mismo sitio, otros desde allí desaparecieron, todos ellos se llenaron de honor.
¿Qué fue lo que motivó a estos jóvenes marinos a sublevarse contra sus pares y contra la institución que los había formado?
Algunos fueron contando su historia, principalmente Julio César Urien. Las profundas motivaciones personales, sociales y políticas que los llevaron, primero a enrolarse en la Marina; luego, de qué modo las convulsiones sociales que se vivían en ese momento en el país y en el mundo los fueron influenciando y cómo la política se fue inexorablemente instalando en el ámbito militar. Los compañeros amotinados habían desarrollado una conciencia que los hacía concebir unas fuerzas armadas al servicio el pueblo y no usadas para la represión. Y finalmente, cuando tenían que subordinarse a la autoridad, decidieron rebelarse y jugarse la carrera, el futuro y hasta la vida por un ideal y una causa política, subordinándose a su pueblo.
No habrá sido fácil organizarse en la clandestinidad dentro de la ESMA, más aún cuando tenían compañeros de promoción como Alfredo Astiz, uno de los más crueles represores argentinos, el Ángel de la muerte, que se infiltró en las Madres de Plaza de Mayo para asesinar a sus fundadoras y que también participó en la tortura de quienes habían sido sus camaradas de promoción.
Sin embargo, Julio Urien se organiza con sus colegas de armas, para ejecutar el plan de sublevación: tomar la guardia central, requisar todas las armas que puedan y de ahí partir con camiones y armas para ir a Lomas de Zamora, donde jóvenes militantes de Montoneros los estarían esperando, para avanzar todos juntos hacia Ezeiza, en respaldo a Perón. Al tratar de llegar a la guardia principal, Julio Urien es reducido y detenido. Igualmente, otro grupo logra tomar la guardia tras un combate que deja el primer muerto entre los que la custodiaban. Desde el casino, los oficiales, leales al régimen resisten.
Los sublevados con las armas requisadas, parten entonces hacia la plaza de Lomas de Zamora, al llegar, nadie estaba. Desconcertados, toman posición para defenderse, son rodeados algunos pocos logran escapar, la mayoría fueron reducidos y unos 100 encarcelados hasta la amnistía Camporista. Muchos fueron castigados con golpes y tortura. Todos los oficiales y suboficiales fueron dados de baja de la Armada. Algunos, llegada la dictadura, fueron desaparecidos.
Fueron reivindicados por Néstor y Cristina, con la devolución de sus grados y ascensos.
Los sobrevivientes siguen con las mismas convicciones. –